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En el margen

A los ojos de un forastero, Finlandia resulta fascinante. Es un país joven, con poco desempleo, mucha educación y una sólida cohesión social. Todo esto en el contexto del legendario modelo escandinavo de bienestar. Los finlandeses están orgullosos de ello. Una celebración nacional, por el triunfo de un deportista o por el centenario de un finlandés ilustre; no importa, siempre es una buena oportunidad para izar la bandera en el porche, un gesto inocentemente chauvinista que resulta entrañable. Finlandia es el paradigma del éxito en aquello en lo que nosotros parece que hemos fracasado, la Estrella Polar que guía al sur de Europa. Pero pronto, ante los ojos del mismo forastero, aparecerá la exótica figura de la mujer gitana, vestida con la tradicional falda de aro y siempre arropada entre sus semejantes, y entonces entenderá qué hay detrás del pelo rubio y los ojos azules. Descubrirá dónde está el límite del desempleo, la educación y la cohesión social.

El pueblo gitano llegó a Finlandia en el siglo XVI atravesando las fronteras de Rusia y de los Países Bálticos cuando esta región pertenecía todavía al Reino de Suecia. Las crónicas de la época reflejan la actitud fanática y represiva que las autoridades practicaban con las comunidades romaníes. El odio contra estas gentes estaba institucionalizado hasta un nivel sorprendente para nuestro juicio moderno. En 1637 se normalizó la pena capital y la ley protegió entonces el derecho de matar a cualquier gitano del reino. No obstante el contexto del siglo XVII no fue nada propicio para este pueblo en ningún país de Europa. En palabras del historiador George Borrow,


"Quizás no haya un país en el que se hayan hecho más leyes con miras de suprimir y extinguir el nombre, la raza y el modo de vivir de los gitanos como en España"

Finlandia no fue una excepción. Durante el siglo XIX, habiendo perdido Suecia el poderío sobre Finlandia y estando esta región -ahora Gran Ducado- bajo el dominio ruso, comenzaron los esfuerzos por integrar a los romaníes en la sociedad moderna. Esta nueva orientación política tenía como objetivo principal fomentar y proteger los acuerdos comerciales entre los
finlandeses y los gitanos. Con una estructura económica más sólida, pensaban, la convivencia entre ambas culturas sería más fácil. Sin embargo esta intención integradora derivó en una intentona de fagocitar la cultura gitana. En los primeros años del siglo XX la opinión pública los presionó para atraerlos a su modo de vida y muchos niños fueron arrebatados de la custodia de sus padres para ser internados en hogares infantiles. Tras la independencia de Finlandia en 1917 todos los grupos de población del país obtuvieron el estatus de finlandeses. Esta nueva identidad garantizó la preservación de algunos derechos culturales, aunque el verdadero vínculo entre finlandeses y gitanos se creó después de de la colaboración romaní en la Guerra de Invierno de 1939. Finalmente el período que nos lleva hasta la actualidad comenzó en los setenta, cuando la actividad política, educativa y cultural de Finlandia permitió el despertar social de los romaníes, abonando el terreno para el desarrollo de su lengua (el romaní/kalo) y para una mejora sustancial en sus condiciones de vida. Un comisionado para asuntos gitanos prohibió la discriminación racial mediante una sofisticada ampliación del código penal. Estas leyes castigaron actos racistas, cotidianos hasta entonces, como impedir el acceso de los gitanos a restaurantes, comercios o someterlos a una vigilancia injustificada por la policía. Con todo, en la segunda mitad de la década de 1980 un número entre 5.000 y 6.000 gitanos todavía se mantenía al margen de la población general, por voluntad propia o por miedo a los prejuicios que muchos finlandeses sentían hacia ellos. 



Resulta difícil conocer el número exacto de gitanos que viven actualmente en los países nórdicos, pero según el Ministerio de Asuntos Sociales y Salud, este número está entre los 15.000 y 20.000 miembros, residiendo en Finlandia aproximadamente la mitad de esta cifra. Pese a una larga historia de encuentros y desencuentros entre pueblos y a una legislación que protege los derechos de los gitanos contra la discriminación racial, la convivencia entre esta minoría y la sociedad en su conjunto no parece haber llegado a un término positivo todavía. El debate público sobre el asunto está empantanado en cuestiones terminológicas -a los romaníes se los llama mustalainen, una palabra derivada de musta (negro) cargada de significaciones peyorativas- y en otras cuestiones todavía más superficiales. Es el caso de una periodista de la radio pública cuya aportación al tema fue una banal narración sobre su experiencia personal al probarse el atuendo de las mujeres gitanas, el kaalo, ya que es ropa muy pesada. Como en España, el colectivo gitano sigue sufriendo la incómoda carga de los estereotipos alimentados en gran parte por unos medios de comunicación insensibles a la causa. Los estudios desarrollados por Unión Romaní y Sociedad Romaní Finlandesa ponen al descubierto la vigencia de un periodismo despreocupado y nada colaborador con la idea de la integración. Según un estudio estadístico encargado por la cadena comercial MTV3, realizado por Think If Laboratories Oy en abril del 2012 con un margen de error de tres puntos porcentuales, el 85% de los finlandeses encuestados apoyó la deportación de los vagabundos gitanos


Esta escandalosa proporción no es más que la cuantificación de un sentimiento que está a pie de calle, muy vivo y muy real. No es difícil percibirlo, al preguntar a un finés mitä sinä ajattelet siitä mustalaisia? –qué opina de los gitanos- casi siempre se obtendrá una respuesta evasiva o una cara torcida. Las opiniones que he podido obtener al respecto, fuera de cámara y provocando cierto desasosiego, sobrevolaban los argumentos de la delincuencia y la drogadicción que ya conocemos en España. No parece existir una conciencia humana, ni siquiera un atisbo de piedad por los sin techo gitanos, síntoma de que ambas comunidades están tan distanciadas que la empatía parece un ejercicio para unos pocos. Este pensamiento fue notablemente descrito por la periodista finlandesa Jeanette Björkqvist en un reportaje llamado “The Unwanted People” (Las personas no deseadas) que da voz a las dramáticas experiencias de los gitanos en Finlandia. 

Hermanas gitanas en Kangaslampi, el barrio de Jyväskylä (Finlandia Central) con mayor concentración de vecinos romaníes (Fotografía propia)
No es fácil desentrañar los  sentimientos de los finlandeses, son personas discretas, respetuosas y amables, pero por lo general protegen celosamente la distancia que les separa del resto. El triunfo electoral de la extrema derecha evidencia la desconfianza hacia los extranjeros que se está gestando en el país, porque detrás de una realidad legislativa indulgente e igualitaria está el ascenso de un partido político llamado Verdaderos Finlandeses (Perussuomalaiset). Esto da contexto al hecho de que la convivencia entre la comunidad no gitana y la gitana está, en vez de hermanándose, agriándose. Éste no se trata del clásico paradigma de minoría aplacada por la mayoría. Entendamos el ejemplo de los lapones. 

Este colectivo indígena de Laponia suma en Finlandia aproximadamente a 2.000 miembros, una cuarta parte de la comunidad romaní, y sus costumbres y tradiciones son muy distintas a las del finlandés del sur; se dedican a la artesanía, a criar renos y a otras actividades por el estilo. La razón de que todavía pervivan como cultura, de que sigan existiendo, está en las generosas ayudas del Estado y en las campañas de protección del Gobierno. En definitiva, su antiguo modo de vida está subvencionado, como sucede en Israel con los rabinos. Se hace así para preservar una parte del país que está en riesgo de desaparecer y que se quiere proteger de las vicisitudes de la viabilidad o la inviabilidad económica. Los lapones son parte de Finlandia y, aunque sus tradiciones sean distintas a las de la mayoría, son respetados y queridos por los finlandeses. 

Por lo tanto el rechazo de los gitanos no se explica con el paradigma de minoría oprimida por la mayoría, la clave está en el hecho de que para los muchos finlandeses el gitano, después de cinco siglos, todavía es un extranjero. 


Familia gitana en Kangaslampi, Jyväskyla (Fotografía propia)
Las niñas pequeñas no visten el kaalo (Fotografía propia)
Cuando uno observa a la mujer gitana en el centro de la ciudad entiende en seguida el gran compromiso de esta cultura con su tradición. Esta primera impresión está siempre dominada por las ropas, quizás la diferencia más evidente entre los romaníes del norte, centro y del sur de Europa. Las mujeres finlandesas visten el kaalo, un conjunto victoriano compuesto por una pesada falda de terciopelo negro y una llamativa blusa con encajes. 
Su pulcra apariencia, adornada con opulentas joyas de oro en el cuello, manos y pelo, impone y fascina. La forma en la que una gitana viste su ropa es una declaración de intenciones, va más allá de toda estética, prueba de esto es que si alguna vez visten ropa occidental no pueden volver a ponerse el kaalo


Gitana sin el kaalo (Fotografía propia)








La vestimenta de los hombres, en cambio, es mucho menos llamativa, apenas coinciden todos en el color negro, las botas de cuero o el traje de solapas anchas. 
Si algo distingue a un gitano de un no gitano, en Finlandia y en todo el mundo, es su profundo respeto a los valores propios. Se rigen por un complejo y estricto -y no escrito- código que asumen desde la niñez y que respetan más allá de las leyes no gitanas. Cuando se imponen sanciones gitanas, por ejemplo a través de las llamadas “venganzas”, esta mediación dentro de la comunidad tiene mucho más sentido por el grado de compromiso de sus miembros que cualquier sanción jurídica o social de Finlandia. 
La mujer gitana intenta criar a sus hijos para que sean independientes, para que tengan un sentido de responsabilidad con su familia, con su cultura y con la comunidad. Se espera que los niños gitanos desarrollen en su infancia un sentido espiritual elevado, reflejado en sus propios modales y en su comportamiento con los demás. En palabras de un patriarca: 

"un verdadero gitano aprende a vivir de tres formas, como caballero, como campesino y como gitano"

Su ideales educativos se distinguen en cierta medida de la de los finlandeses habituales porque el objetivo de la educación romaní es educar a los hijos con buenas aptitudes sociales y con una calidez humana y emocional que los mantenga cerca y vinculados con los suyos. Estos valores, basados en la justicia, la fidelidad y la moralidad, son comunes en todo el mundo. Para los españoles no es novedad entender que un gitano siempre considerará el eje de su vida a su familia y luego, por extensión, al resto de gitanos; que dentro de la familia existe una jerarquía que eleva moralmente al hombre anciano; que las bodas, funerales y demás ceremonias son suntuosas y multitudinarias; que los matrimonios suelen ser concertados entre padres y que se celebran a una edad temprana (normalmente durante la adolescencia); que la pureza de las mujeres involucra la honra de toda la familia y que hay parejas que se “escapan” y prefieren evitarse el trajín de la boda... incluso en Finlandia los romaníes también son popularmente asociados a un modo de vida próximo a la musicalidad y al arte. 


La sensibilidad musical de esta cultura es reconocida y admirada en todo el mundo. Más allá del flamenco, los romaníes finlandeses también son maestros en este arte, pero su música es más contenida de lo que un español podría prejuiciar (son escandinavos). YouTube nos permite escuhar esta canción, pobremente grabada, en un culto y en su lengua propia, el kalo. 

Hortto Kaalo es uno de los grupos romaníes más populares de Finlandia. A través de una larga trayectoria este consorcio de familias ha ayudado, qué duda cabe, a la normalización de la figura del gitano entre la sociedad en su conjunto. Aquí su actuación en los previos de Eurovisión, en 1977.

En la actualidad el perfil del gitano finlandés se está diversificando como consecuencia inevitable del contacto con la cultura no gitana. Algunos grupos de esta comunidad se afanan en vivir al margen de la mayoría dominante en lugar de emprender el camino de la integración. Históricamente una de las herramientas más recurrentes para protegerse y aislarse del mundo que les era hostil fue el uso y la promoción de su lengua: el romaní
El idioma romaní se ha visto debilitado en los últimos cincuenta años. Una de las principales razones es el cambio generacional en este planeta cada vez más interconectado y globalizado. Los gitanos jóvenes no tienen las mismas oportunidades para aprender romaní que sus padres; la urbanización y el asentamiento de las comunidades gitanas, en otro tiempo nómadas, han reducido el tamaño de las familias hasta el núcleo más irreductible y la comunicación entre generaciones ha disminuido. 

La Administración impulsó después de los setenta algunas iniciativas: esta lengua se enseña en las escuelas finlandesas de primaria desde 1989 y los profesores han recibido cursos de formación en un intento de fomentar su uso entre la comunidad gitana. La celebración de servicios religiosos en romaní, los artículos en prensa y las noticias de radio han alimentado el interés por esta lengua y han contribuido a la modernización de su vocabulario. No obstante, según un informe realizado por la Unidad Romaní de Educación de la Junta Nacional de Educación, sólo el ocho por ciento de los niños gitanos que asisten a la escuela reciben clases de romaní. 

En el pasado a los gitanos no se les permitía poseer tierras, por lo que desarrollaron tradicionalmente ocupaciones únicas que todavía les ocupan hoy en día: son artistas de bodas y bautizos, criadores de caballos, acróbatas... profesiones que siguen siendo populares entre esta comunidad. En la actualidad el trabajador gitano está integrado en otros ámbitos de la vida laboral: es cocinero, azafata, personal de enfermería, periodista... El acceso a la educación profesional de los adultos ha permitido la dilatación de sus horizontes profesionales aunque este colectivo se siga enfrentando a la exclusión y, por este motivo, sus expectativas laborales a menudo se reduzcan a la chatarra y al mundo ecuestre. Según Amnistía Internacional “ocho de cada diez hogares romaníes en la Unión Europa están en riesgo de pobreza”. Yrjo Kallikussi, director de la Misión de los Gitanos Finlandeses, una asociación que ayuda a esta comunidad a mejorar sus condiciones de vida y de educación, asegura que “la mayoría de los finlandeses creen que los gitanos son perezosos, que no quieren trabajar y que no son capaces de desempeñar ni los trabajos más básicos” creen que “son deshonestos e irresponsables”. 
(Fotografía propia)
Los blancos ganan más dinero y pueden cuidar mejor de sus familias” dice la señora Blomerus, viuda de un popular cantante de tangos con siete hijos, veinte nietos y dos bisnietos que se ha visto obligada a aportar dinero a la familia vendiendo artesanías. “Los hombres -continúa Blomerus- no trabajan tanto, por lo que las mujeres tienen que vender para subsistir”. 
La perspectiva de los gitanos sobre la vida y el mundo que los rodea está cargada de una poderosa y casi mística sensibilidad emocional. El idioma, los oficios o los roles familiares no son los únicos aspectos de esta cultura que están cambiando, la continua migración hacia la Iglesia Evangélica mantiene una tendencia positiva desde hace más de una década. Actualmente una cuarta parte de la comunidad gitana finlandesa ha abandonado ya la Iglesia Luterana y se ha unido al culto más próximo y dinámico de los evangelistas. 


Las asociaciones religiosas son las más activas y las que desarrollan iniciativas con un mayor índice de participación ciudadana en relación con los problemas de los romaníes. Delincuencia, drogadicción y absentismo escolar son los grandes enemigos de los jóvenes gitanos. Más allá de los dramas vinculados a la marginalidad y a su efecto pernicioso sobre una cultura que se sustenta sobre una estricta moralidad, estas lacras constituyen per se la peor de las imágenes sobre un colectivo siempre en la mirilla de los medios de comunicación finlandeses. El camino de la integración parece actualmente una opción política que se aleja de la realidad. La sociedad finlandesa, una de las pioneras en la lucha de la igualdad de género (sufragio femenino desde 1906), no asume las jerarquías paternalistas de los gitanos, la sumisión de sus mujeres y no comprende la característica pasión que imprimen en todo lo que hacen. Por otro lado, para la comunidad romaní no es fácil estrechar los lazos de la convivencia con una cultura con una tendencia alarmante hacia la soledad de sus miembros, con altos porcentajes de familias monoparentales y en la que los hijos comen solos en sus habitaciones frente al ordenador. 


Asociación JyväsRoma, estos voluntarios trabajan a diario por ofrecer un entorno
 de influencia positiva a los jóvenes de la comunidad gitana de Jyväskylä (Fotografía propia)

La actividad de algunas asociaciones locales como JyväsRoma ha elevado el perfil de los gitanos y ha animado a la sociedad en general a ser más propensa a escuchar sus opiniones. Los esfuerzos de coordinadores y voluntarios están centrados en los más pequeños, el objetivos es claro: proporcionar opciones de futuro a los niños y niñas gitanas, alejarlos de la delincuencia y animarles en su educación. El trabajo de la Junta Asesora de Asuntos Romaníes ha llegado a involucrar a sus miembros en decisiones de la sociedad tanto a nivel nacional como a nivel local, llegando algunos gitanos a ser elegidos como representantes para los consejos municipales. Estas asociaciones mantienen vivo el espíritu de la hermandad y luchan por mejorar las condiciones de vida de la comunidad romaní. 
Un siglo después de que la política finlandesa asumiese un rol integrador en su relación con las comunidades gitanas del país, lo cierto es que entre los finlandeses todavía predomina la precaria imagen del romaní itinerante y violento, desobediente e impredecible. Resultaría positivo que la opinión pública redefiniese el concepto de “integración” y concretase de una vez por todas la verdadera intención que se esconde tras este término, hoy tan abstracto como manido. ¿Ha evolucionado la sociedad finlandesa respecto a aquellas intentonas de fagocitar la cultura gitana de principios del siglo XX? ¿Están dispuestos a aceptarlos como “verdaderos finlandeses” sólo a cambio de que se quiten el kaalo y repriman su carácter arrebatador? 
En la actualidad hay muchas miradas puestas sobre Finlandia, continuamente rompen todas las estadísticas en educación y demuestran sobradamente ser un país sostenible y con futuro. Es cierto que como país no eligieron convertirse en un ejemplo para tantos otros, no tienen culpa, pero sorprende que con los romaníes hayan perdido esa sensibilidad escandinava que tan bien les funciona con el resto de asuntos. Por esto habrá que seguir mirando atentamente a Finlandia; auge del partido de extrema derecha, un nivel desproporcionado de suicidios -y en aumento- odios raciales y alcoholismo "endémico". Muchos nos preguntamos qué les está pasando por la cabeza en estos momentos. Confiemos en que los actores de esta historia, los finlandeses gitanos y no gitanos, aprendan a convivir y con el tiempo puedan aprender los unos de los otros y se encuentren en el equilibrio.

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